A raíz de la cercanía del instante en que dará inicio la próxima administración federal, es oportuno analizar la gestación de los negocios que vienen, tomando como eje de nuestro análisis, los factores anímicos de la sociedad mexicana, que ciertamente hoy, refleja un estado de potencial transformación positiva.
Podríamos decir como inicio de éste análisis, que se percibe en el ambiente del país un sentimiento generalizado de beneplácito por la inminente llegada de un irreversible reacomodo moral y estructural cuya magnitud virtual ha encontrado en la esperanza colectiva de la ciudadanía, campo fértil para la maravillosa idea de que México cambiará para bien a partir del primero de diciembre de 2018.
Ahora bien, si históricamente el voto en su versión electoral ha sido propiciador de negaciones, fraudes y atrasos, los mexicanos de hoy tenemos que reconocer que en el seno de nuestra perfectible democracia y de nuestro desarrollo económico, la elección presidencial reciente también ha generado el nacimiento de una nueva esperanza de inicio del siglo XXI, en donde por fe, depositamos nuestras aspiraciones de alcanzar una prosperidad colectiva tangible.
Qué más da la etiqueta ideológica, si la legalidad, la decencia, la honradez, la transparencia y la buena voluntad brotarán de manera espontánea en las futuras interrelaciones humanas entre connacionales.
Así como en la urbanidad se reclama que desde niños seamos enseñados e instruidos para que nos conduzcamos de manera apropiada en la vida diaria, de igual manera la responsabilidad social de las empresas, desde que se gestan, debe demandar una conducta moral intachable.
En el terreno de la transformación paulatina hacia la perfección, ni como individuos ni como empresarios, podemos seguir viendo a México como una gráfica de pastel donde los que más tienen deben de ser obligatoriamente mejor portados que los que menos tienen.
Esa absurda excusa social que nos hace caer en el supuesto de que la pobreza va irremediablemente atada a la mala conducta, es un engaño que tenemos que erradicar.
Pero necesitamos armarnos de valor para reconocer que: No importa la condición económica; que la honradez del pobre pesa exactamente igual que la honradez del rico; y que desde luego, sí se puede vestir de decencia toda actividad por encumbrada o modesta que sea.
Entonces, si ya contamos con una esperanza estructural gubernamental que se dice firme en el propósito de cambiar lo que no estábamos haciendo bien, el complemento para alcanzar el éxito como país, es que cada uno de nosotros haga su parte.
Aprovechemos ésta gran oportunidad y por el bien de México hagamos nuestro mejor esfuerzo individual para hacer posible que todas las actividades empresariales lícitas se transformen en tierra fértil para la bondad, la generosidad, la hospitalidad y la verdad.
Pero cuidado, porque la maldad no entiende de sexenios y como en el pasado, siempre estará tocando la puerta; por consiguiente, será el dominio propio de cada uno de nosotros los mexicanos lo que no le permitirá la entrada ni a nuestras mentes, ni a nuestros hogares, ni a nuestros negocios, y mucho menos a nuestros corazones.
Visto así, primeramente Dios a los empresarios mexicanos nos irá muy bien el próximo sexenio.
Moisés Abel García Flores
Presidente de IMMSA