Con suéter, chamarra y bufanda, los padres de familia caminan sobre banquetas, estacionamientos y centros comerciales, seguidos de sus familias, para buscar aquello que será el regalo que Dios permitirá que llegue a sus seres queridos en forma de sorpresa la noche del 24 de diciembre.
Si alguien dijera que no hay necesidad de gastar en regalos, quizás tenga razón porque a final de cuentas son las acciones, que no las obras, para con nuestros semejantes, lo que nos da gracia ante los ojos de Dios.
Sin embargo hay algo, un cosquilleo en el estomago, como instinto inexplicable, como un estado de ánimo que busca dar.
Si, esa es la palabra…dar.
Dar un poco de nosotros, dar algo a alguien, porque durante los once meses que han transcurrido, la vida cotidiana nos nubló la razón y en la vorágine de la competencia y las metas por alcanzar nos olvidamos del mandamiento que como herencia eterna nos dejara el Hijo de Dios que va a volver a nacer: “Amaos los unos a los otros”.
Tiempo de arrepentimiento, de hacer las paces, de despojarnos del orgullo y perdonar.
Así es esta Navidad y que yo recuerde, así han sido todas.
Con el Nacimiento de Jesús, brota en nuestro interior una esperanza de ser mejores, aunque lamentablemente a partir de enero volvamos a caer en la angustia, los afanes y la prisa por ganar algo, o por vencer a alguien.
Qué bien nos conoce Dios, que nos permite al menos tener este tiempo para acercarnos a Él.
Feliz Navidad!